Extracto de un capítulo en el que se narran algunos de los muchos momentos que el maestro de Vitigudino vivió en América.
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En todos los países de América a los que estuvo tan vinculado profesionalmente deja la semilla de su empaque y de su señorío. Como ese México en el que goza de la amistad de infinidad de personajes relevantes, entre ellos de Mario Moreno ‘Cantinflas’, un artista de fama universal, quien además fue un extraordinario torero cómico y lleva su pasión taurina más allá al ser el propietario de una ganadería llamada Hermanos Reyes. Cantinflas queda tan cautivado del torero salmantino que hasta lo invita a debutar como actor al ofrecerle un papel en la película ‘El doctorcito’.
Es época en la disfruta de su amenidad, lo invita a comer un día a su residencia e incluso le promete que iría a su ganadería, algo que al final no se pudo conseguir al no encontrar fechas, ya que cuando podía Santiago, el genial cómico estaba rodando películas, casi siempre en Estados Unidos y con el genial Carlos León, como director. En otras ocasiones también coincide con él en distintos países, como Venezuela o Colombia e incluso, varias veces, en España, momentos que al maestro lo hacen especialmente feliz.
Pero sobre todo, a Santiago Martín, le impresiona conocer a esos viejos maestros mexicanos de los que tanto escucha hablar a sus mayores. Como le ocurre el diecinueve de enero de 1963 cuando le presentan al mítico Rodolfo Gaona, a quien saluda por primera vez. Gaona es un personaje que le sorprende especialmente y a quien le hace especial ilusión conocer después de escuchar tantas veces hablar de él a los viejos aficionados de Vitigudino, pero sobre todo a su padre, al señor Baltasar, que era partidario suyo. A Gaona lo conoce en la plaza de León, en el estado de Guanajuato el día que torea una corrida con Antonio del Olivar y Jaime Rangel. Con admiración, nada más cruzar, su mano le dijo:
– Maestro, mi padre fue muy apasionado suyo y lo pintaba a usted banderilleando en los carros que construía.
Rodolfo Gaona estaba acompañado, nada menos que del gitano Joaquín Rodríguez ‘Cagancho’, grandioso artista natural del barrio sevillano de Triana, genio de la verónica, magnífico estilista del volapié y un torero de arte y aroma calé que alterna tardes deslumbrantes con otras de rotundos fracasos. Por eso es injusto que mucha gente recuerde, hoy, la leyenda de Cagancho con su bronca de Almagro, cuando tras una tarde poco afortunada los aficionados manchegos quemaran la vieja plaza de toros de madera para mostrar sus iras.
Esa falta de reconocimiento hizo que al final Cagancho acabara sus días en México, un país que le da el cariño y las bendiciones que el suyo le niega y en el que conoce al debutante torero de Vitigudino. Esa tarde de la corrida de Leó, Santiago Martín se saca una foto con el viejo Cagancho y sin embargo la instantánea queda en el camino, sin que nunca llegase a sus manos. Y mira que intentó veces saber qué fotógrafo había sido el autor de un documento que siempre quiso tener entre sus recuerdos más personales. Una foto, nada menos, que con el genial Cagancho.
Tanto a Cagancho como a Gaona los admira con pasión. Y no pierde detalle por ejemplo de Gaona, quien nunca pasaba inadvertido para nadie y menos para quien es conocedor de su grandeza y la leyenda que atesora, siempre con su aspecto decimonónico, embozado en los pliegues de una capa castellana y tocado con un sombrero de ala ancha. Su nombre guardaba resonancias legendarias después de ser capaz de competir y incluso poner en aprietos a Machaquito, a Bombita y, poco más tarde, a Joselito y a Belmonte, con quienes alternaba frecuentemente.
Desde entonces y durante los años que viaja a México, que son la mayoría de lo que están en activo, Santiago Martín, se cautiva de toreros tan grandiosos y dignos de admiración como Miguel Espinosa ‘Armillita Chico’, un portento de poderío a quien en España conocen como ‘el Joselito mejicano’. Siempre en los tiempos que gozaba de máximo cartel en la madre patria en medio de una carrera dirigida, sagazmente, por Domingo Dominguín, pero que siempre tuvo la mala suerte de romperse el convenio entre ambos países en los mejores momentos y tener que emprender de nuevo la marcha a México. El viejo Armillita imponía respeto por su leyenda y grandiosidad, también por la personalidad tan grande de la que era poseedor.
Al legendario Armillita Chico lo conoce en la una recepción ofrecida en casa en casa de un empresario español llamado Fernando Salasgorría, al que asisten, además, nombres sagrados del toreo azteca como Chucho Solórzano, Carlos Arruza, Pedro Vargas y también el representante en México de la Casa Domecq, que es un hombre muy gracioso, querido por los taurinos y de sangre española.
Aquel día habla largo rato con Carlos Arruza (que también es hijo de españoles y sobrino carnal del poeta León Felipe), el grandioso torero mexicano a quien llamaron El Ciclón tras su apoteósica irrupción en los ruedos españoles. Con Arruza, a quien admira sin fisuras, pronto se hace amigo, muy amigo, tanto que parecía que toda la vida habían estado juntos. Además, por esa época se ha hecho rejoneador y con él coincide en el cartel de una de las primeras corridas que comparece en La México.
Años más tarde, El Viti torea con Manolo Arruza (hijo de Carlos), con dos hijos del viejo Armillita, Manolo y Miguel. También con otro dinástico, con Curro Rivera, hijo del maestro Fermín Rivera, que es muy buen amigo de Santiago Martín. A Curro Rivera lo conoce desde niño, cuando frecuenta su domicilio dada la vinculación que le une con sus progenitores, el maestro Fermín y su madre, bilbaína, hermana del torero Martín Agüero, famoso estoqueador y protagonista de un pasodoble que siempre es una delicia escuchar en la plaza de Vista Alegre.
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