sábado, 9 de julio de 2011

La responsabilidad ante los públicos


El Viti siempre dio la cara y allá donde estuvo dio la mejor de sí para complacer a los públicos:

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Santiago Martín, dueño de un empaque que marca época era consciente de lo que significaba y la importancia que tenía su nombre en el toreo. Por ello se prepara al máximo y en ningún momento descuida la preparación para afrontar la temporada con las garantías más óptimas. Para ello, en las escasas semanas que permanece en el campo durante el invierno, cuando llegaba de América, se entrenaba para no perder la forma y comparecer en las mejores condiciones en las primeras ferias de Castellón y de Valencia. O sea como esperan los públicos.

El campo siempre fue el lugar ideal y en el que más feliz estaba. Allí encontraba la necesaria soledad, siempre tan importante para un torero. En los momentos de baja estima buscaba soluciones en los largos paseos que daba entre las encinas, montando a caballo o colaborando en alguna faena agrícola o ganadera. Allí le llegaba la vitalidad necesaria para afrontar los más importantes compromisos. El campo lo era todo, era valles y lágrimas, ilusión cuando rompe el alba de un nuevo día y felicidad por el deber cumplido cuando llega el crepúsculo y se pone el sol.
Por esas razones siempre se muestra tan deseoso de regresar a él que, en plena temporada, cuando dispone de un día libre marcha a disfrutarlo a la paz del campo y, de paso, a visitar a la familia en Vitigudino. E incluso era capaz de hacer un largo viaje para estar unas únicamente horas buscando esa paz y esa relajación tan necesarias que siempre encuentra en ese campo que tanto le sirve para inspirarse, para buscar la solución a sus problemas, para cargar las pilas de su vitalidad y para entrenar.
Cuado entrenaba era frecuente verlo jugar al frontón con pala, correr para mantener el cuerpo ágil y evitar coger peso. O tentar vacas, muchas veces de retienta, que sirven para adquirir más oficio y aumentar la capacidad a la hora de resolver los problemas que se presentan ante los toros complicados.

Pero sobre todo torear de salón, que siempre ha sido básico en los entrenamientos de todos los profesionales y a lo que le han dado mayor importancia. Torear de salón es imprescindible para corregir defectos, componer la figura, buscar la estética... tanto que los toreros han dedicado y dedican numerosas horas a esa preparación. Muchos de ellos, incluso, tenían a algún banderillero o al mozo de espadas entrenado especialmente para que les hiciera de toro
y hasta existió el caso de Palomo Linares que, incluso, se llevaba a América a un personaje de su confianza para que le embistiera a los engaños.
Se trataba de Felipe Novillo, un viejo torero y peón toledano que había pertenecido, nada menos, que a la cuadrilla de Domingo Ortega y dada la vinculación que tenía con los hermanos Lozano, estaba muy unido a Palomo Linares, quien siempre lo llevaba a sus compromisos de la otra orilla del Atlántico para entrenar a su lado y sobre por lo bien que le hacía el avión
a cuando toreaba de salón.
Las ferias llegaban enseguida y Santiago Martín nunca quiso defraudar a nadie. Se preparada a conciencia, con la seriedad con la que afronta todos los pasos de la profesión. Con el saber estar que siempre ha presidido todos sus actos. Con la solemnidad que supo mantener a lo largo de su carrera. Con el sentido de la interpretación del que hizo gala. Y también con ese empaque que fue una huella durante el tiempo que permanece en activo y que ha quedado, para los anales, como una referencia cuando las gentes del toro hablan de Santiago Martín.

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